Paseo XXXII: "Katy, la perrita"

Paseo XXXII: "Katy, la perrita"

<<Y respondió ella, y le dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos.>> Mar 7:28  

Esta es una historia real, tan real que conozco a todos sus protagonistas. Me la contó mi tía Francisca y sucedió este invierno en nuestro pueblo.

Esta es Katy: una perrita simpática. No es ni grande ni de raza. A primera vista es una perrita muy común, no dirías que destaca por nada en particular. El pelaje de un marrón poco definido, las patitas cortas, ojos oscuros, a veces le asoman los colmillos por un lado del hocico, el rabo redondeado como un ‘donut’ (según lo define un primito de dos años)... En fin, una perra muy común, pero muy famosa en la familia y que a cualquiera, pero sobretodo entre los sobrinos más pequeños, cae muy simpática.
Quizá hay perros que destaquen por su destreza como rastreadores, o por su habilidad en reconocer objetos, cumplir órdenes, agrupar rebaños, rescatar personas, encontrar droga, guiar a personas ciegas, o quizá por su forma física, su pedigrí o porque ganen concursos de belleza. Katy no es nada de eso. Su valía está en ser la mascota de la familia, impasible con los juegos de los críos y fiel acompañante de mis tíos desde hace algunos años.
Pero como en la vida de todo ser común, a veces ocurre algo inesperado que puede convertir por sorpresa a aquél desapercibido en alguien destacable. Y así ocurrió hace pocas semanas en la vida de Katy: de la noche a la mañana se convirtió en una verdadera heroína.
Antes de contar su historia, debéis saber qué clase de perra es Katy. Ya os habéis hecho una idea de su aspecto, también sabéis que resulta simpática y que es fiel. Aunque como he dicho, Katy es una perrita muy común, es posible que en algún rincón escondido de su instinto canino, ya estuviera escondida esa faceta de héroe sin que de momento hubiera visto la luz.
Por lo pronto, cuando llegó a la familia, Katy no parecía conformarse con las cosas fáciles y se hizo amiga inseparable de uno de los gatitos negros que solían merodear el jardín de la casa en busca de cualquier cosa para llevarse a la boca. La ventaja era que el gatito todavía era chiquitín y a pesar del tamaño pequeño de la perrita, ésta se las ingeniaba para arrastrarlo agarrándolo del lomo hasta su casita canina en la esquina de la casa y lo acurrucaba junto a ella, le hacía carantoñas o jugueteaban juntos. Mis tíos llamaron al gatito “Juguete”.
En una ocasión, jugando con otra perra de mucha más envergadura que Katy, la diversión se les fue de las manos (o patas en este caso) con tan mala pata que de un zarpazo fortuito en la cara a Katy se le salió el ojo izquierdo y quedó colgando solamente de un cordón con la arteria y el nervio óptico. ¡Menudo susto! Corriendo mi prima y mis tíos llamaron al veterinario para averiguar si podría atender la emergencia o si por el contrario tenían que conformarse con que la perrita perdiera el ojo y se quedara tuerta para siempre. Pero por suerte el veterinario la atendió urgentemente con tal habilidad que consiguió salvarle el ojo. Ahora, cuando la miras de frente, no notas ninguna diferencia entre los dos ojos y, aunque si le preguntas qué tal ve no lo sepa ladrar, es fácil deducir que ella te observa perfectamente por ambos.
Y ahora viene la parte de la historia cuando Katy se convirtió en nuestra heroína familiar.
En el pueblo los perros viven con total libertad. Entran y salen de casa cuando quieren, se pasean por las calles o por el campo libremente, nunca van con correa y nunca se pierden porque conocen bien el entorno, saben dónde están sus dueños y les pueden seguir el rastro a larga distancia. También conviven y se relacionan fácilmente unos con otros como en una manada, así Katy solía acompañar a mis tíos y a sus otros dos perros por cualquier lugar. Una de los otros dos animales era una perra grandota, Tana se llama, con una cierto parecido a un labrador, pero de color negro, que se quedó preñada por primera vez. La gestación de una perra dura alrededor de dos meses, unos 63 días, y por lo general no se le hacen las mismas pruebas que a una mujer embarazada, ni se tienen los mismos controles o cálculos de fechas. Así que cuando mis tíos tuvieron que viajar lejos a la ciudad para que mi tío fuera operado del corazón como estaba programado, dejaron a los perros en casa con agua y comida para unos días.
Pero la situación de mi tío se complicó y lamentablemente falleció en el quirófano sin poder superar la complicada cirugía valvular que debían realizarle. Fue una tristísima conmoción para toda la familia y aunque tengamos la esperanza de reencontrarnos con él en la Tierra Nueva, de momento es una pérdida irreemplazable aquí y ahora.
¿Qué hacían mientras Katy y los perros? Cuando mi tía regresó a casa tras el funeral Katy estaba allí, fiel, esperándola. Ya sabéis cómo se ponen de contentos los perros cuando vuelven a ver a sus amos tras un tiempo alejados, y aunque  Katy también notó la ausencia de mi tío, no paraba de dar vueltas y saltitos alrededor de mi tía. Pero Tana no aparecía por ningún lado. Al llegar la hora de la comida Katy seguía mostrándose un tanto inquieta y se arrimaba impaciente a las piernas de mi tía como esperando recibir algún bocado que cayera de la mesa. Y Tana seguía sin aparecer. Ante la persistencia de Katy bajo la mesa, mi tía le dio un cachito de pan untado en la sartén para que se entretuviera, pero curiosamente, en lugar de hincarle rápidamente el diente y quedarse cerca para esperar otro bocado más, Katy salió a toda prisa de la casa, pegó un brinco por la verja y desapareció desoyendo a mi tía advirtiéndole que los otros perros del pueblo más grandes que ella no dudarían en disputarle ese pedazo de pan.
Pero como si nada hubiera pasado Katy regresó al cabo de un ratito y volvió a merodear junto a los pies de mi tía, intranquila, sin dejar de dar vueltas. ‘Bueno, tendrá hambre después de tantos días’, pensó mi tía, y le dio otro chacho de pan. A lo que Katy como una bala salió de nuevo corriendo con el pan en la boca. ‘¡Que te lo van a quitar!’, repitió mi tía. Pero ni caso, Katy se esfumó veloz. Y así se repitió el mismo inquietante fenómeno no una ni dos, sino una docena de veces, ¿qué digo una docena? ¡Posiblemente muchas más! Mi tía asegura que Katy anduvo trajinando pan toda la tarde hasta que se terminó ¡un cesto entero! Lo extraño era que nunca volvía masticando ni con restos de pan en el hocico...
Ya con la curiosidad a flor de piel, mi tía decidió finalmente seguirla a lo detective canino. Salió de la casa, cruzó la verja, subió por la calleja, giró hacia la izquierda bordeando la vieja muralla, y allí, frente al gran tronco caído de un viejo chopo seco estaba Katy expectante. Dejó que mi tía se acercara hasta el tronco no sin cierto reparo, y ¡cuál fue su sorpresa cuando al asomarse por el hueco vio en el interior del tronco a Tana! ¡Y no estaba sola! ¡Tana había parido sin avisar hacía algunos días -a juzgar por el aspecto de las crías- y guardaba en su regazo una camada de nada más ni nada menos que 10 cachorrillos peludos! ¡Misterio resuelto! Katy tenía diez buenas razones para andar con tal trajín de pan arriba y abajo. De hecho, aquél gesto de Katy con su empeño por pedir y transportar comida, había probablemente había salvado la vida a Tana y sus diez cachorros, pues la perra madre no podía salir de su improvisada madriguera y dejar a sus crías para buscar comida, y sin comida ella no podría amamantar a una camada tan numerosa y sus vidas podrían estar en grave peligro.


Con lágrimas de emoción en los ojos, mi tía fue a buscar más comida y llamó a su hija y su nieta para recoger a la familia perruna para acomodarles en casa.
Con las mismas lágrimas me contaba esta historia hace pocas semanas, mientras mi hijo jugueteaba con Katy tironeándole las orejas o tratando de montarse encima suyo.
Lágrimas en parte de tristeza porque, si todos echamos de menos al tío, ella aún lo añora muchísimo más; pero también lágrimas conmovidas ante su perrita fiel, que también perdió a su amo, pero no escatimó en recursos para auxiliar y proteger a los más débiles.
Este es el valor de un animal solidario, que no le importó compartir las migajas de la mesa, y cuyo gesto instintivo pero noble le convirtió en una “heroína canina” que se ha ganado el título merecido de ser la perra favorita de la familia.
Si el Creador otorgó estas maravillosas capacidades a una simple perrita ¿qué no puede hacer Él cuando nos pongamos como instrumentos en sus manos? No importa lo normal que seas, lo desapercibido que pases o lo poco cualificado que te sientas, la tarea no es sólo tuya: Dios te dará herramientas y capacidades. ¡Agarra un buen bocado, compártelo con tu prójimo y no te andes con migajas!

Te invito a disfrutar durante esta semana algún paseo familiar observando los perros del parque y comentando con tus hijos esta historia verídica. Deja que te sorprendan sacando sus propias conclusiones y aplicaciones prácticas. ¡Feliz semana!

 


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