Paseo XXVII: ¿Qué fruta quieres ser?

Paseo XXVII: ¿Qué fruta quieres ser?

«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer.» Juan 15:5

Os propongo un juego, por supuesto apto para practicar en familia. Si te dieran a escoger ¿qué fruta te gustaría ser?

¿Quizá la MANZANA, toda fuerte y sana?

¿O bien la PERA? ¡Qué rica toda entera!

¿Y la NARANJA? La más jugosa de la granja.

¿Qué tal el LIMÓN? De los ácidos el campeón.

¿Tal vez la MANDARINA, el cítrico que fascina?

O mejor el PLÁTANO, que blandito se traga rápido.

Puede que la FRESA, presumidita como una princesa.

También el MELOCOTÓN, aterciopelado y de gran sabor.

Está la NECTARINA, con dulce aroma y piel más fina.

O la CIRUELA, cruda, seca o en confitura de la abuela.

¿Qué te parece la PIÑA? A rodajas para el niño y la niña.

Podría ser un HIGO, dulce como un buen amigo.

A lo mejor las CEREZAS, divertidas en parejas.

¿Qué dirías del MELÓN? Veraniego y sabrosón.

Mira la SANDÍA, que sonríe con colorada alegría.

Y el ALBARICOQUE, tan tierno y suave al toque.

O un KIWI, con un gusto único y rima difícil.

¿Te ves de MANGO, más exótico que bailar tango?

Sino la PAPAYA, paseando por una playa.

Serías el CAQUI, con su textura tan ‘chachi’.

Y qué hay del NÍSPERO, con su árbol tan fructífero.

Si eres GRANADA, el color es una pasada.

Imagina la GUAYABA, y a cualquiera le cae la baba.

¿Quieres del POMELO,  tomar su zumo con mucho hielo?

Ser una LIMA, con un sorbete te reanima.

¿Quien quiere la FRAMBUESA, tan deliciosa que embelesa?

¿O quizá el ARÁNDANO, en un pastel sabe bárbaro?

¿Has pensado en la MORA, que a cualquiera enamora?

Queda la CHIRIMOYA, para terminar con una joya.

Con tanta variedad la elección es tarea complicada. Cada cual tiene su sabor, color, aroma y textura particular que la hacen única y especial. Todas tienen propiedades saludables que enriquecen más su valor nutritivo. Pero de toda la frutería yo no tengo ninguna duda: me quedo con una, me quedo con la UVA.

¿Por qué la uva?

La uva es pequeñita, sencilla, humilde, nada pretenciosa y aún así es por todos muy apreciada, hasta tal punto que es la segunda fruta más cultivada del planeta.

La uva es útil, de ella se extraen apreciados zumos, aceites culinarios y también cosméticos.

La uva es un tesoro de propiedades muy valiosas, desde la piel hasta las pepitas. Contiene vitaminas del grupo B, minerales como potasio, calcio, magnesio y es una de las frutas frescas más rica en hierro, también fibra vegetal, flavonoides antioxidantes y el fotoquímico resveratrol muy valorado en la prevención de arteriosclerosis, enfermedades cardiovasculares e incluso con propiedades anticancerígenas, etc.

La uva aporta energía de forma rápida, pues contiene una alta proporción de glúcidos (azúcares) simples, que además de concederle su sabor tan dulce, son capaces de llegar directamente a la sangre sin necesidad de pasar todo el proceso digestivo.

La uva nunca está sola, siempre va en racimo, siempre rodeada de compañeras, cada una en su lugar, pero inevitablemente al lado una de otra.

Pero por lo que más me gusta la uva y la razón por lo que la elegiría en el hipotético caso que me dieran a escoger qué fruta ser, es precisamente porque la uva depende en todo y para todo de la VID. Sin la vid, nada puede hacer.

Fue Jesús mismo, quien se definió ante sus discípulos como la Vid verdadera. Acababan de compartir la última cena juntos. Habían comido pan y tomado el “fruto de la vid” juntos por última vez (Mateo 26:26-29). Qué símbolos más hermosos y a la vez tan cotidianos, tan mediterráneos, escogió Jesús para representar su cuerpo y su sangre que iban a derramarse por todos pocas horas después. Tras la cena en el aposento alto, la Biblia registra que cantaron un himno y justo después salieron a pasear al Monte de los Olivos (Mateo 26:30). Era el tiempo de la Pascua judía, tiempo de primavera en la cuenca mediterránea. Las vides en esa época del año están cubiertas de sus grandes hojas verdes, todavía no ha madurado el fruto, o si lo hay, los racimos inmaduros son tan chiquitines que bajo las hojas no se ven. Quizá de camino al huerto de Getsemaní, en la ladera encontraran alguna vid con este aspecto: el protagonismo es aún de la planta, no de su fruta. Desde luego Jesús escogió con extraordinaria mesura y acierto la imagen de esa vid para seguir enseñando y madurando a sus discípulos, pues pronto tendrían más motivos que nunca para aprender a aferrarse a la Vid y a la vida de su Maestro. Poco antes de las palabras de Jesús, Pedro había afirmado con su ímpetu protagonista habitual, que pondría su vida por la de su Maestro, sin imaginar que no tardaría mucho en negarle tres veces (Juan 13:36-38). Así que aprender a depender de Cristo, como la uva depende de la vid, era algo que tanto Pedro, como los “pedros” de hoy, necesitamos conocer y así escoger bien con Quien permanecer y a Quien pertenecer.

Por eso quiero ser uva... Ser sencilla, humilde, útil, con valores y valorada, energética y siempre acompañada. Pero ante todo y sobretodo, quiero ser uva porque ‘colgada’ de Dios ni puedo fermentar ni tornarme una ‘pasa’ espiritual. Porque quiero fructificar mi vida en la vida de la Vid.

¡Feliz vendimia! ¡Jesús nos espera para volver a beber juntos “el fruto de la vid”!

¡Feliz semana!

 


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«Para educar a un niñ@ hace falta la tribu entera Proverbio africano

«Instruye al niñ@ en su camino y ni aún de viejo se apartará de él Prov. 22:6