Paseo XXIII: "Hasta el cielo"

Paseo XXIII: "Hasta el cielo"

«Y Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis; porque de ellos es el reino de los cielos.» Mateo 19:14

Pocos días antes de nacer nuestro hijo, asistimos a la convención nacional de directores de jóvenes y exploradores que se celebra anualmente al inicio del ejercicio eclesiástico. Allí tuve la oportunidad de entrevistar para un artículo de la revista local de jóvenes de nuestra localidad, al actual director de exploradores mundial, adjunto al departamento de jóvenes de la conferencia general, el mismo que diez años atrás realizó su primer bautismo con mi humilde persona y con el que me une una buena amistad. Aproveché su experiencia con exploradores de todo el mundo para indagar qué es lo que tienen en común todos estos niños y adultos que de vez en cuando se visten con una camisa especial llena de insignias. Me resultaron muy útiles sus respuestas, no sólo para redactar mi artículo, sino también a título personal, pues en resumen, definen al movimiento de los exploradores como un proyecto de evangelismo puro. Esta idea ha dado vueltas en mi cabeza durante todo este tiempo, hasta que este verano he podido ser testigo de alguno de los frutos de ese evangelismo por y para los niños.

Asisto a campamentos de exploradores desde antes de tener uso de razón. He visto fotos de mi primer campamento con sólo 6 meses, obviamente porque mis padres servían allí. Estuve presente en el primer camporé nacional que se hizo en España hace 30 años del que, más que recuerdos tengo fotografías. Pero después de tanto tiempo, este año ha sido especial por varios motivos. El primero de ellos es porque ha sido también el primer campamento de exploradores de mi hijo, con 9 meses, y seguidamente el primer camporé internacional: doble dosis de acampada para empezar.

Pero el motivo que ha hecho que sea tan especial para escribir al respecto es precisamente por el testimonio de los chicos y chicas y el pedacito de su vida que he tenido el privilegio de compartir por unos días. Me gustaría destacar dos casos: un cadete y un tizón, cuyos nombres voy a inventar para preservar su anonimato.

El primero de ellos, llamémosle Bernat, tiene 14 años para 15, como dicen ellos: todo un señor adolescente. Sonrisa alegre, ojos claros, ricitos rubios y mirada vivaracha pero honesta… un tipo simpático y un líder en potencia. En el último sábado del camporé internacional, al terminar la reflexión espiritual del director mundial de exploradores, nos reunimos toda la delegación española en nuestro territorio de acampada y, junto a otros monitores y pastores, fue el único acampante que dio su testimonio en público alrededor de la fogata nocturna. Sencillamente nos conmovió a todos: contó que los últimos 3 años habían sido diferentes en su vida, los definió como los mejores vividos hasta el momento, y todo lo atribuía a haber asistido por primera vez junto a su amigo al campamento de exploradores 3 veranos atrás y en las sucesivas ocasiones. Tal como contó, para él esa experiencia le había hecho conocer a Jesús, pues no asistía a ninguna iglesia, y encontrarse con muchos amigos auténticos que le llenaban de verdad. Terminó diciendo que deseaba seguir encontrándose de nuevo con ellos año tras año y si no, dijo: “estoy seguro que en el cielo nos veremos todos de nuevo”.

El segundo, le llamaremos Jordi, tiene 10 años cumplidos y nació con una importante discapacidad: uno de sus cromosomas, concretamente el número 21, está presente por triplicado en cada una de sus células, lo que implica que ante los demás sea evidente que padece el llamado síndrome de Down. También ha sido un incondicional de los campamentos los últimos 3 años y le veo superarse y crecer en todos los aspectos desde entonces. Su profesora del colegio me contaba que a mitad de curso a veces hacía la maleta en su cada porque ansiaba irse ya de campamentos y todo el año para él era una interminable espera para que llegara el verano e irse al campamento. Este verano Jordi se ha mostrado cariñoso y amigable con casi todos, apenas ha hecho falta llamarle la atención y ha participado mucho más integradamente que nunca. Especialmente era sensible con nuestro bebé y a cada rato lo buscaba para hacerle mimos y carantoñas: ningún otro niño le dedicaba tanta atención, le escribía cartitas y resultaba conmovedora su sensibilidad con el pequeño. El segundo sábado del campamento, como es habitual cantamos un buen rato todos juntos: ¡qué bien cantan los tizones y con qué alegría! No hay campamento sin la canción “Hasta el cielo”, cuya letra refleja poéticamente la esperanza esencial adventista: que Cristo regrese pronto. Y mientras animábamos a cantar al grupo, me sorprendió que Jordi estaba lloroso en un rincón. Más tarde su monitor nos comentó que el niño estaba emocionado, pues le encantaba esa canción porque su deseo era “ir al cielo”, dijo, “porque allí Jesús me curará”.

¿No es hermoso? ¿No son fabulosos los niños? ¿No es magnífico poder acompañarlos lo más cerca de Jesús posible, también a través de los campamentos/camporés de exploradores?

Cuando esta tarde de sábado deis un paseo veraniego con vuestras familias, pararos a mirar hacia el cielo, tumbados en el césped o reclinados en un banco. Como es posible que haya pocas nubes, imaginaos traspasando ese techo azul encontrándoos más allá con Jesús mismo, que viene a buscarnos, allí, en el cielo, como Bernat y Jordi decían, como todos deseamos. Si conocéis la canción “Hasta el cielo” os animo a cantarla juntos, cogidos de la mano y acabar con una ronda de oración.  Podéis sorprenderos de lo que los más pequeños digan y pidan orando. Sus testimonios pueden darnos valiosas lecciones. Pues… ¿no es un privilegio “dejar a los niños venir a Él”? Al fin y al cabo el del cielo es su reino y nosotros tenemos el deber y honor de acompañarles.

¡Feliz sábado!


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«Para educar a un niñ@ hace falta la tribu entera Proverbio africano

«Instruye al niñ@ en su camino y ni aún de viejo se apartará de él Prov. 22:6