Paseo XVI: "¡Que aproveche!"

Paseo XVI: "¡Que aproveche!"

Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” 1 Cor. 10:31

 Hace unos días oí sobre una dieta purificadora a base de sirope de Arce y Palma que captó toda mi atención y me resultó de lo más “tentadora”. Se trataba de un ayuno completo de 5 a 10 días bebiendo unos 2 litros de agua con el sirope y zumo de limón, de esta manera, se lograría mantener las nutrientes necesarias y se ayudaría al organismo de diversas maneras: perdiendo grasas, mejorando la retención de líquidos, mejorando la memoria, los problemas de articulaciones, dolores corporales, cansancio, entre otras cosas. De la noche a la mañana había comprado el producto y me vi ilusionada con la idea de mejorar tantas cosas y adelgazar otro tanto. Nunca había hecho un ayuno tan prolongado y la verdad es que el primer día fue el más difícil. Todo lo que sonara a comida, ya sea que lo hablasen otros, yo misma o que lo vea en imágenes, en revistas o donde sea, todo me hacía “la boca agua”. No podía ni acercarme a la cocina. Fue así como comencé a pensar en lo maravilloso que es el comer, y en por qué Dios nos habría creado con esa faceta tan particular.

Si nuestro organismo necesita más oxígeno, el corazón automáticamente bombea más rápido para satisfacer esa necesidad, nosotros no tenemos que hacer nada al respecto, ni sentimos nada en particular por estar drenando más sangre; pero si necesita más energía, se la tenemos que suministrar ingiriendo alimentos. Podría ser algo fisiológico automático, como el respirar, sin absolutamente una pizca de placer, pero de alguna manera, al ingerir un alimento, todos nuestros sentidos entran en juego: el olfato, la vista, el gusto, hasta el oído si este cruje; de esta manera el momento de comer se transforma en una fiesta de sentidos, una verdadera explosión, como cuando llega la primavera, pero esta vez, tan frecuente como lo deseemos. Esto es tan maravilloso, que hasta puede resultar adictivo.

De pronto, mi cerebro imagina un helado enorme, bañado en chocolate negro, con chispitas de chocolate blanco y sirope de fresa, y entonces se produce un cortocircuito en el cerebro, la información que llega no es de falta de energía, sin embargo, la necesidad de satisfacerla parece tan urgente como si lo fuera.

El laboratorio de toda esta maraña de información, gustos y apetitos, se encuentra en un pequeño lugar del cerebro llamado hipotálamo. Lugar donde se experimenta más que el sentido de apetito y saciedad, también se controla la sed, se regula el sueño, la temperatura corporal, tiene funciones antidiuréticas, parasimpáticas e interviene en la actividad endócrina y hasta en la conducta emocional. Justo allí, en todo ese cruce de información tan “vital” y “primario”, es donde realmente se disfruta aquel helado bañado en chocolate del que hablábamos…No es casual que al ingerirlo suela hacernos hasta sentir más felices, el laboratorio chispea de información y todo lo que allí se “amasa” se ve afectado.

Más allá de los detalles exactos del funcionamiento del apetito, es interesante pensar que para Dios este tema no es intrascendente. Sin duda percibió que esto podría llegar a ser un problema para nosotros y se encargó de que Pablo dijera algo como esto en su Palabra: “si coméis o bebéis, hacedlo todo para la gloria de Dios”. En aquel momento Pablo hablaba de los alimentos que explícitamente eran pohibidos para los judíos, pero hoy, que hay tanta diversidad de alimentos, es un poco difícil reconocer si Dios lo prohibiría o no. El principio que se extrae de aquí es claro.

Si pensamos en qué momentos nos incitan a dar gloria a Dios, son momentos de mucho agradecimiento: tal vez un nacimiento, librarnos de un accidente, vernos cara a cara con la muerte tras una enfermedad y entonces recuperar la salud, encontrar a un hijo pequeño que se nos había perdido en una gran tienda, ver que nos robaron el dinero pero nos salvamos de que nos hagan daño físicamente; estos suelen ser momentos vitales, momentos donde las conexiones neuronales también hacen cortocircuito, esta vez no para satisfacer una explosión de sentidos, sino por ver el sentido de la vida más claramente que nunca.

Tal vez el principio que sugiere que al comer o beber siempre sea para gloria de Dios, implica justamente eso, tan simple como vivir ese momento, esa explosión de sentidos sumamente agradecidos, agradecidos no sólo por tener el alimento, sino por ser capaces de experimentar ese maravilloso don del placer, esa fabulosa combinación de neuronas que nos permiten tener pequeños momentos vitales cada día. Pero creo que también va un poco más allá. No resulta natural dar gloria a Dios tras una enfermedad que podríamos haber evitado, tras una obesidad que no nos deja respirar, andar, jugar con libertad, tras un cerebro adormecido que pierde completamente la voluntad y se entrega a vicios que solo le acarrean infelicidad. Nada de esto nos permite dar gloria a Dios, y esto y más se puede vivir como resultado de comer y beber sin medir las consecuencias.

Todo lo que Dios ha creado para nuestra felicidad, Satanás se ha encargado de usarlo para nuestro mal, volvamos nuestra mente al ideal, que todo lo que nuestro cuerpo reciba al comer nos permitan seguir dando gloria a Dios.

Por qué no pasáis una inspiradora tarde con vuestros hijos en la cocina, haciendo por ejemplo unas sabrosas y nutritivas galletas, mientras, podéis hablar de los ingredientes más apropiados para nuestra salud y luego podéis preparar un bello plato para que los niños lleven algunas galletas, por ejemplo, al abuelito de vuestro piso o vecindario que vive solo. Que la merienda de este sábado sea una explosión de felicidad, y que os haga dar gloria a Dios, a vosotros y a todos los que experimenten el placer de comer gracias a vosotros!

¡Feliz Sábado!


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«Instruye al niñ@ en su camino y ni aún de viejo se apartará de él Prov. 22:6