Paseo XIV: Los sanos no necesitan médico!

Paseo XIV: Los sanos no necesitan médico!

 “Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.

No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Marcos 2:17

 

¿Podríais reconocer el olor a hospital? Huelen igual, no importa en qué parte del mundo te encuentres. Huelen a una extravagante mezcla de medicamentos, con comida para enfermos, y potentes productos de limpieza. El ambiente suele tener una temperatura suave todo el año, temperatura que mezclada a los aromas, dependiendo de la prisa que lleves, produce una inquietante caricia mientras recorres sus pasillos.

En general, a menos que estemos en la zona de maternidad, los rostros suelen tener la misma expresión seria y preocupada. Y en las salas de espera un incómodo silencio e impaciencia, caracteriza a los transeúntes. Quienes generalmente perciben que el médico se toma demasiado tiempo con los pacientes anteriores y muy poco con él mismo.

Los hospitales suelen despertar estas típicas sensaciones. Son las residencias pasajeras de los seres humanos en su momento de mayor batalla contra los rastros del pecado en sus cuerpos. Lugar que en general nos invita a ver la vida en perspectiva.

Esta semana lo experimente por primera vez con mi hija de meses. Tras una noche muy mala, con una tos grave, extraña y costándole respirar, me convencí que una noche más así no sería conveniente. Al llegar a la recepción de urgencias por primera vez detecte que allí el mundo se dividía en dos, zona pediátrica y zona de adultos. La zona de adultos estaba abarrotada, pero en la de niños había una extraña calma y velocidad en la atención. Aunque de todas maneras había igual allí más adultos que niños. Me pareció curioso. En porcentaje, está claro que los adultos son mayoría. En España, los niños apenas alcanzan el 15% de la población total. Sin embargo, no dejaba de ser interesante.

Momentos antes había pasado por la sala de espera de los adultos y allí la atmosfera era otra. Estaba cargada, tensa, se podía casi cortar. En general los rostros eran demacrados, preocupados y doloridos. Provocaba dolor de estomago, solo percibir tanto dolor allí, daba ganas de salir corriendo por miedo a que el dolor sea una enfermedad contagiosa

Pero en la sala de espera de los niños, las caras eran distintas. Todos estaban acompañados. Está claro, no pueden ir solos, sin embargo, creo que aquí estaba el principal remedio para tanto dolor. En prácticamente todos los casos era mami y/o papi el que estaba con ellos, y el afecto y los mimos los protagonistas de las escenas.

Uno de los niños había llegado con el codo salido de lugar. No sé cuánto duele, pero sí sé cuál sería mi actitud si me tocara pasarlo. Sin embargo él jugaba en su banco con un cochecito, tan a gusto que parecía no tener nada. Tan relajado se veía que hasta olvidé porque estaba allí, hasta que al entrar el padre a la consulta oí explicarle al médico lo de su codo. Por otro lado, mi hija de meses reía con su vecinita afiebrada que abrazada a su abuelita le pasaba juguetes para pasar el rato. En frente, una niña con la muñeca quebrada en brazos de sus padres y entre lágrimas reía por las bromas que estos le hacían para hacerla olvidar lo que le estaba pasando. A mi lado una señora con cara de enojada porque el médico tardaba mucho y su hija con una sonrisa empática, esperaba con el pie esguinzado, mirando a mi hija y su nueva amiguita mientras jugaban.

Ahhhh, la frescura y confianza de los niños. La seguridad que tienen cuando están con quién los quiere. Aún estando en el médico, lugar poco agradable para ellos.

Al estar allí pensé en nuestros hospitales del corazón. Las iglesias. El Señor dijo (parafraseando el versículo para hoy) “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a sanar a quienes tienen el corazón sano, sino a quienes lo tienen enfermo”. Y con el tiempo para ello se fundaron e instalaron las iglesias, para atender estos corazones y acompañarlos en su restauración y sanación.

Cuántas veces nuestras iglesias se parecen a las salas de espera de los hospitales, verdad? Los rostros adormecidos, tristes, preocupados, prácticamente adoloridos. En general acompañados, pero solos en su expresión, sin manifestaciones de afecto o atención cariñosa. Y tristemente con la esperanza pendiendo de un hilo. Y por otro lado, la zona pediátrica, que por el contrario se suele ver niños doloridos pero ilusionados, esperanzados, casi sin percibir la realidad que les rodea y lo mejor de todo, generando cariño, abrazos y mimos.

A pesar de lo poco agradables que son los hospitales, nuestras iglesias no lo son. Es que allí reina el médico de los médicos. Y con amor atiende uno por uno a los pacientes, tomándose todo el tiempo que haga falta. Claro que para los demás que estamos allí a veces nos parece que se toma más tiempo de la cuenta con otros que con nosotros, y nos enojamos, nos tratamos mal y hasta nos hacemos más daño del que ya traíamos.

Pero ahí está Jesús, diciendo, tranquilos, vine para estar con gente como vosotros, y con mucha paciencia nos abraza y trata de darnos una caricia, aunque no siempre nos dejamos.

Te propongo que en esto también sigamos el consejo de Jesús, Mat. 18:3 “Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”. El dice, el problema no es que estéis en el hospital, que necesitéis ayuda, mimos y acompañamiento, sino que no actuéis como los niños, confiados, esperanzados, con una fácil sonrisa a pesar del dolor.

Qué os parece si este sábado tenéis un paseo del todo especial, visitando algún enfermo o yendo a un hospital para regalar una flor a aquellos que esperan en las salas de urgencias. Que disfrutéis de un sábado en compañía de los que más lo necesitan.

 


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«Instruye al niñ@ en su camino y ni aún de viejo se apartará de él Prov. 22:6