Paseo XIII: "El zapato azul"

Paseo XIII: "El zapato azul"

«Aún estaba lejos, cuando su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos y lo besó.» Lucas 15:20 (versión La Palabra)

La tradición de contar cuentos populares ha llegado hasta nuestros días gracias primero a la transmisión oral, pasando de padres a hij@s o de abuel@s a niet@s, luego escrita y finalmente en formato cinematográfico.  Tal es el caso de una chiquilla empleada doméstica por obligación, que se le concede el deseo de asistir por una noche al baile de palacio, y en su huída desesperada por regresar antes de medianoche pierde un zapato de cristal. No hace falta contar más ¿a que tod@s sabéis ya de quién hablo? Su autor es desconocido, pero ‘La Cenicienta’ se ha hecho famosa en todo el mundo: Cinderella en inglés, Cendrillon en francés, Cenerentola en italiano, Aschenputtel en Alemán, Askungen en Suecia, Soluschka en Rusia… y así una colección de nombres impronunciables para mí. Desde que en el s.XVII Charles Perrault, escritor francés, y dos siglos después los alemanes hermanos Grimm, recopilaran en sus respectivas colecciones de cuentos este relato de la tradición oral europea, se han contado tantas versiones como contadores de cuentos haya habido, profesionales o en bata y pantuflas, con pluma y papel o con cámara y ordenador…

Pero la historia que contaré a continuación no es ningún cuento, es real como la vida misma, tan verídica que podría haber sucedido anteayer mismo.

 «Había una vez un precioso bebé al que sus tíos le habían regalado unos preciosos zapatos azules nuevos. Aunque todavía era tan pequeñín que no sabía andar, sus papás le calzaban esos bonitos zapatos azules porque eran sus preferidos. Y los preferidos del bebé también: cada vez que le cambiaban la ropita él se entretenía mordisqueando los zapatos azules y balbuceando alegremente.

Un día el bebé salió a pasear con su mamá en el carrito. Iba muy contento con sus zapatos azules, pataleando sin parar. Hacía sol y soplaba una fresca brisa que animaba a pasar un rato agradable en el parque después de hacer algunas compras. Primero fueron a una tienda, luego a otra y finalmente a una tienda muy grande cuyos dueños eran unos simpáticos señores chinos. Al bebé le encantaban las tiendas, sobretodo la de aquellos señores, porque había un montón de cosas, todas de mil colores y formas diferentes, que miraba y miraba con mucha atención. Y como el bebé estaba contento en esa tienda pataleaba sin parar con sus zapatos azules. Una vez terminaron de comprar, como brillaba el sol y la brisa seguía fresquita, fueron hacia el parque y el bebé seguía pataleando y pataleando feliz en su carrito.

Pero de repente la mamá descubrió algo en el pie izquierdo del bebé: ¡le faltaba uno de sus preciosos zapatos azules! ¡Oh no! Aquellos eran los zapatos preferidos del bebé, porque eran sus primeros zapatos que le habían regalado sus tíos. ¿Qué haría ahora con sólo un zapato azul? ¡Tenía que encontrar el otro zapato como fuera! Así que la mamá dio media vuelta al carrito y empezó a recorrer el camino de vuelta exactamente por todos los sitios donde habían estado antes: una calle aquí, un cruce allá, una tienda, otra tienda, y nada. ¡Ni rastro del zapato azul! La mamá empezaba a preocuparse porque ese zapato era importante para su bebé, así que aunque nunca había orado por un zapato, esta vez detuvo el carrito, cerró los ojos en medio de la calle y oró: “Señor Jesús, sé que hay cosas más importantes por las que orar, pero por favor, ayúdanos a encontrar el zapato azul de mi bebé. Amén.” Y continuó por la calle mirando y buscando por todos lados. Hasta que llegó a la tienda de los simpáticos señores chinos.

-  ¡Buenas taldes! -  Buenas tardes otra vez. Mire, se ha perdido el zapato azul de mi bebé ¿no lo habrán visto aquí en su tienda? -  Uy, uy ¡Qué ploblema! Vamos a buscal pol aquí. Pase, pase. Yo milo pol este lugal, usted pol el otlo y mi malido mila pol el fondo.  -  ¡Muchas gracias señora! Vamos a buscar…

Se entretuvieron un buen rato remirando todos los rincones de aquella gran tienda, pero ni siquiera con la ayuda de los simpáticos señores chinos lograron encontrar el zapato azul. “No se pleocupe – le dijo al despedirse la dueña – si lo encontlamos se lo gualdalemos.”

La mamá se marchó bastante triste porque tras haber buscado por todas partes, no había ni rastro del zapato azul. La bonita tarde se había nublado y se temía lo peor: que el zapato azul hubiera caído en la calle y alguien se lo hubiera llevado. Y aunque por todas las calles que habían pasado tampoco lo habían encontrado, sólo quedaba una oportunidad: el camino de vuelta a casa. Así que enfilaron la calle cuesta arriba de regreso a casa, sin muchas esperanzas ya de encontrar el zapato.

Cuando de repente, un rayo de sol se abrió paso entre las nubes y pareció iluminar un pequeño objeto de color azul. La mamá miró desde lejos y en una décima de segundo lo reconoció: ¡el zapato azul de su bebé! Sin pensárselo dos veces la mamá empujó con fuerza el carrito y se puso a correr y correr cuesta arriba. Corrió con una amplia sonrisa en la cara y también el bebé se reía mientras corría en su carrito. ¡Ahí estaba! Apoyado en el escalón de la entrada a un edificio: alguien lo había encontrado y en lugar de llevárselo lo había dejado bien colocadito en el escalón para que lo pudiera ver quien lo buscara. ¿No era maravilloso? ¡Por fin habían encontrado el zapato azul perdido!

La tarde volvía a estar soleada y mientras regresaban a casa una suave brisa acariciaba el rostro feliz de la mamá y del bebé, que pataleaba de contento calzando en sus dos piececitos un par de preciosos zapatos azules

 ¿Alguna vez habéis perdido algo valioso? ¿Quizá más valioso por su valor sentimental que por su precio real? Dios sí. Perdió lo más valioso de su creación. Mejor dicho, sus criaturas, a las que con tanta dedicación y amor había dado la vida, se perdieron. Y Dios, con la brisa de la tarde, salió a buscarlos y preguntó: “¿Dónde estás?” (Génesis 3:8,9). Y Dios, incansable en su empeño de recuperarlos, envió a su Hijo único “para que todo aquél que el Él crea no se pierda…” (Juan 3:16). Y el Hijo, dejándose de cuentos o historias, mostró como era Dios en hechos y en parábolas: un pastor que busca a su oveja perdida, una mujer que busca su moneda perdida, o un padre que cuando ve a su hijo perdido en el camino, ¡arranca a correr a su encuentro y le abraza! (Lucas 15:1-32)

Ese es mi Dios: el Padre, que se cruza corriendo el Universo para encontrarme, aún cuando estoy tirada como un zapato, en medio de este planeta azul.

¡No te pierdas… ni un solo paseo a Su lado! ¡Feliz tarde de sábado!


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«Para educar a un niñ@ hace falta la tribu entera Proverbio africano

«Instruye al niñ@ en su camino y ni aún de viejo se apartará de él Prov. 22:6