Paseo XXXIII: "La casa del Pueblo"

Paseo XXXIII: "La casa del Pueblo"

 

 “Edificarán casas y morarán en ellas... No edificarán para que otro habite ni plantarán para que otro coma…y mis escogidos disfrutarán de la obra de sus manos” Isaías 65:21-22.

 

Al llegar a España descubrí un fenómeno que me pareció del todo interesante. Todo comenzó cuando llegó el primer verano de casados. Para mi marido era infaltable en la agenda de verano ideal, la visita, al menos un fin de semana, a  “la casa del pueblo”. Entonces descubrí que para la mayoría de los españoles, hay un pueblo de sus orígenes que de alguna manera sienten suyo y en el que aunque la mayoría (especialmente los jóvenes) nunca hayan vivido, sí han pasado suficientes veranos o días festivos, como para construir el más grande de los apegos.

Pueblos pequeños, alejados de las grandes ciudades, sin centros comerciales, parques o grandes atractivos. Solo la casa de los abuelos o bisabuelos, casas cargadas de recuerdos y añoranzas. Paseos por un mismo suelo, un mismo paisaje, tantas veces recorrido. Pueblos añejos, con historias de guerras, hambres y supervivencia. En la mayoría de ellos una iglesia antigua de más de 200 años, casas hechas de piedra, castillos o murallas que hablan de un país adulto, de muchos años y muchísima historia, historia que se remonta a 500-1000 años atrás.

Yo no había vivido esto. No lo conocía. Mi país de origen es a penas adolescente para la historia de un país, hemos cumplido 200 años desde que nos transformamos en país independiente. La ciudad de mis orígenes tiene apenas 110 años. El fenómeno de la casa del pueblo, la casa de los orígenes no existe como tal. Sin embargo, nuestra generación, la de nuestros padres es la que ha construido y está construyendo las casas de las ciudades o las casas de los pueblos que algún día nuestros nietos visitarán y a las que volverán para conectar con su historia y sus recuerdos. Nuestra historia recién comienza, sin embargo, volver a estas casas de nuestra infancia tiene la misma carga afectiva.

¿Por qué el volver a nuestros orígenes, o a los lugares donde nos hemos criado tiene tanta significación para la mayoría de nosotros?

De alguna manera el retorno a los lugares de nuestra niñez, o de nuestros más lindos recuerdos, nos llenan de identidad y fortalecen nuestro interior. Nos permiten sentirnos parte de algo más grande, de una familia, de un entorno. Nos ayudan a sobrellevar más fácilmente las dificultades y problemas, tal vez porque no nos sentimos tan solos en un mundo superpoblado de gente extraña y lejana a nuestro corazón. De esta manera se afianzan las redes y ante la necesidad existen más posibilidades de manos dispuestas a extenderse.

Con la emigración masiva de los países jóvenes, como los que se encuentran en Sudamérica, se ha perdido la posibilidad de construir estos lugares, estos recuerdos. Nos encontramos con padres y familias completas que se separan, para ya no volver a sus lugares de orígenes. Esos niños crecen con más problemas y conflictos de identidad que arrastran para toda su vida.

Necesitamos ser consientes de lo importante que son estos lugares para nuestras mentes. Crear lazos, puentes, redes, lugares de retorno. Es más que fundamental para nuestra autoestima  e identidad colectiva e individual.

En primer lugar propongo a aquellos que tienen la ventaja de vivir en países añejos, con costumbre e historia de pueblos originarios, que se esfuercen por mantener en el tiempo las visitas a vuestros pueblos de origen:

Planificad las visitas, no basta con quedar a comer allí o a pasar un fin de semana. Si tenéis hijos recorred los mismos paseos y caminos, tomad fotos,  recuperad las noches de veladas familiares, mirando viejas fotos, contando historias y anécdotas. Plantad un árbol al que visitéis cada año y contempléis crecer, visitad a las personas mayores que aún viven allí y que ellos os cuenten sus historias. Recoge el producto de sus campos (almendras, olivas, hierbas digestivas).

Y a aquellos que viven alejados de sus orígenes, os queda la tarea más difícil. Es importante convivir con la nueva tierra lo más integrados posibles, pero sin olvidar de donde somos.

Únete a colectivos de tu país. Come cada tanto un plato que los niños identifiquen como tradicional de la familia, no solo de tú país. Visita lo más periódicamente posible la ciudad donde creciste, que tus niños pasen una temporada allí, que se hagan amigos, que conozcan tus andanzas, los lugares donde jugabas, que jueguen allí. Que conozcan lo que produce la tierra, que planten un árbol para que al volver sientan que allí tienen algo que les pertenecen y por lo tanto, del que son parte. Trabaja por construir su identidad, que sin duda un día te lo agradecerán.

Como hijos de Dios tenemos una esperanza y promesa que nos permite tener una identidad especial, a parte de nuestra historia familiar, de nuestros orígenes. Una identidad que nos permite ser peregrinos en esta tierra, y que, aunque la amemos, nuestra red social pueda estar fortalecida por el encuentro con aquellos que creen igual que nosotros. Aquellos que creen en un origen común. Un Dios que nos ha creado, que nos volverá a rescatar y que nos ha edificado una casa, en un lugar del universo, del que nunca nos tendremos que volver a separar. Un lugar que, como dice el Profeta Isaías “plantarán viñas y comerán el fruto de ellas, el lobo y el cordero serán apacentados juntos; el león comerá paja como el buey y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán ni harán mal en todo mi santo monte”.

También debemos trabajar por construir esta identidad. Retornar a la esperanza, contemplar cada día lo que vendrá. Desearlo, soñarlo, pedirlo.

Aprovecha este sábado para pensar en tu próxima vacación en familia, habla con tus niños sobre el pueblo de tu infancia, y juntos planifiquen una futura visita. Pero aprovecha especialmente para charlar sobre el pueblo que aún no conocemos, pero que se ha creado para nosotros, los que amamos al Señor y esperamos su venida. Refuerza su identidad charlando y soñando sobre cómo será aquel lugar. Pídeles que describan cómo imaginan que será vivir allá. Volver sobre esta promesa de forma periódica, nos ayudará a mantener nuestra mirada más allá de los problemas y necesidades de este mundo.

Que tengáis un bendecido sábado.


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«Para educar a un niñ@ hace falta la tribu entera Proverbio africano

«Instruye al niñ@ en su camino y ni aún de viejo se apartará de él Prov. 22:6